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Clásica y ópera -

Franz Schubert, el romántico sublime


Vivió a la sombra de Beethoven y no contó con los favores de la nobleza, con todo, fue uno de los compositores más prolíficos y sus 600 canciones son el punto de partida del romanticismo musical. La cualidad digresiva de la música de Schubert tiene naturalmente un profundo efecto sobre la armonía, llena de modulaciones y encadenamientos inesperados.
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Vivió a la sombra de Beethoven y no contó con los favores de la nobleza. Con todo, fue uno de los compositores más prolíficos y sus 600 canciones son el punto de partida del romanticismo musical. La cualidad digresiva de la música de Schubert tiene naturalmente un profundo efecto sobre la armonía, llena de modulaciones y encadenamientos inesperados. Tal vez Schubert haya instalado una segunda tradición dentro de la gran tradición del clasicismo vienés.

 

En abril de 1826 Franz Schubert escribió una carta solicitando un puesto como maestro de capilla en la corte del emperador Francisco I:

1) El que suscribe ha nacido en Viena, hijo de maestro, y tiene veintinueve años.
2) Como miembro del coro de la corte disfrutó del privilegio de asistir cinco años, en su condición de alumno, a la Escuela imperial de coros.
3) Ha seguido un curso completo de composición con Antonio Salieri, último Primer maestro de capilla de la corte y, por lo tanto, se cree capacitado para asumir cualquier puesto como maestro de capilla.
4) Por sus composiciones vocales e instrumentales su nombre es bien conocido no solo en Viena, sino en toda Alemania.
5) Ha compuesto, además, cinco misas, para orquestas grandes y pequeñas, que se han presentado en distintas iglesias de Viena.
6) Finalmente, en este momento no disfruta de ningún empleo y espera que, teniendo asegurado un puesto estable, pueda alcanzar la meta artística que él se ha trazado.

Pero el compositor no conseguiría ese empleo ni ningún otro. La muerte, de tifus, le llegó demasiado pronto, a los 31 años. Había nacido el 31 de enero de 1797.

 

Es probable, como él mismo afirma en esa carta escrita dos años antes de su muerte, que hacia 1826 su nombre ya fuese conocido en toda Alemania. Aunque ese reconocimiento no llegó a proporcionarle nada parecido al éxito, esto es, cierta tranquilidad económica y la ejecución y publicación de sus obras.

 

Vivir en Viena durante el primer cuarto del siglo XIX era, de algún modo, vivir a la sombra de Beethoven. Schubert fue un compositor tan independiente como Beethoven, pero no contó con los favores de la nobleza; sus admiradores eran personas más o menos como él. Schubert pasaba buena parte del día en casas de amigos y en tabernas, y durante un tiempo se pensó que en alguna de esas tabernas habría extraviado uno o dos movimientos de su Octava Sinfonía, la llamada Inconclusa, que en su mismo estado fragmentario constituye una de las obras para orquesta más impresionantes de todas las épocas.

 

Pero es más probable que Schubert, simplemente, no la haya terminado, como ocurrió con buena parte de sus sonatas para piano. No hay por qué pensar que a él le preocupase sobremanera completar sus obras, cumplir estrictamente el postulado de la sonata en cuatro movimientos.

 

Como señaló el musicólogo Carl Dahlhaus en un agudo análisis de la Sonata en Do menor D.958 (que forma parte de la serie de tres últimas sonatas para piano, compuestas en 1828), la impaciencia por llegar a una meta es algo extraño en Schubert. Su música debe ser escuchada como una narración cuyas divagaciones, episodios e interrupciones no vienen a distraer o demorar la acción principal, ya que eso mismo representa la acción principal. Lo que quiere decir Dahlhaus es que la música de Schubert no debe ser escuchada como se escucha la música de Beethoven (y, por lo tanto, que Schubert no debe permanecer a la sombra de Beethoven también póstumamente), una música que define claramente sus temas desde un comienzo y se atiene bastante estrictamente a ellos.

 

La cualidad digresiva de la música de Schubert tiene naturalmente un profundo efecto sobre la armonía, llena de modulaciones y encadenamientos inesperados. Tal vez Schubert haya instalado una segunda tradición dentro de la gran tradición del clasicismo vienés.

 

Es interesante comprobar como el filósofo T.W. Adorno vuelve una y otra vez a Schubert para ejemplificar un tipo de expresión musical que trasciende lo anímico o lo meramente personal y un contenido artístico que trasciende, por decirlo así, lo meramente construido. "La resignación de Schubert -escribió Adorno en 1969- no tiene su puesto en el presunto talante de su música ni en sus estados de ánimo, como si su obra dijera algo de ellos, sino sencillamente en que ello es así, tal como su música proclama con ese gesto de dejarse caer: ese lugar es su expresión." Schubert componía con facilidad y fue uno de los compositores más prolíficos. Aun cuando él pudo escuchar o ver publicadas muy pocas de sus obras, llegó a escribir nueve sinfonías, más de veinte sonatas para piano y más de treinta obras de cámara, entre dúos, tríos (el op. 100, en Mi bemol mayor, con esa sonoridad y esa expresión tan oscuras, figura entre los mejores del género), cuartetos, quintetos (entre estos últimos el Quinteto en Do mayor con dos violoncelos, una de las obras más sublimes de toda la música) y un octeto. Escribió misas, obras corales, varias óperas (El arpa mágica, Alfonso y Estrella y Fierrabrás, entre otras, lamentablemente ninguna figura entre lo mejor de su producción) y una gran cantidad de obras pianísticas, sonatas y piezas para piano, sueltas o en serie, comúnmente llamadas piezas de carácter: Impromptus, Momentos musicales, valses, danzas, marchas militares, una extraordinaria Fantasía en Fa menor para piano a cuatro manos.

 

Las piezas de carácter no se ubican en un plano secundario dentro de su producción. La discriminación en géneros mayores y menores puede funcionar para muchos compositores pero difícilmente para Schubert: en sus manos, hasta un subgénero como la marcha militar cobró un aspecto interesante.

 

Compuso más de 600 canciones y fue el creador del lied romántico. Ese conjunto constituye uno de los episodios más significativos de la historia musical: el pasaje del clasicismo al romanticismo tal vez ocurra precisamente allí.

Federico Monjeau



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